Edith Nesbit, la autora que inspiró J. K. Rowling.


 Edith Nesbit, la autora que inspiró J. K. Rowling.   

Si hubo una escena que a todos los fanáticos de Harry Potter, nos entusiasmó en "Harry Potter y las Reliquias de la Muerte" fue la siguiente:
    "-Y ahora… ¡Piertotum locomotor! –gritó Minerva McGonagall.
    Y a lo largo de todo el pasillo, las estatuas y armaduras saltaron de sus pedestales."


Minerva MacGonagall Piertotum locomotor Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte
Minerva MacGonagall Piertotum locomotor Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte

    Hace unos días compré en la FIL Montevideo una antología titulada "Historias clásicas de fantasmas" compilada por Vic Parker (editorial Silver Dolphin, México, 2015), y me encontré un cuento de la escritora inglesa Edith Nesbit, "En mármol y a tamaño natural". Este relato resultó ser la fuente inspiradora de Rowling para la escena señalada en el párrafo anterior.

Historias clásicas de fantasmas
Historias clásicas de fantasmas

    J. K. Rowling declaró que:
  "La autora con la que más me identifico es E. Nesbit. Es fabulosa, hizo geniales y graciosas historias de fantasía. Sus niños son muy reales y fue muy innovadora en su tiempo".

Edith Nesbit
Edith Nesbit

   A continuación les dejo el cuento "En mármol y a tamaño natural" para que ustedes mismos constaten la relación de esta historia con la escena en que MacGonagall da vida a las estatuas del Colegio de Magia y hechicería Hogwarts. 

Minerva MacGonagall Piertotum locomotor Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte
Minerva MacGonagall Piertotum locomotor Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte

    En mármol y a tamaño natural
Edith Nesbit

    Aunque esta historia es verídica palabra por palabra, no espero que la gente la crea. Yo os la cuento tal como ocurrió. Luego juzgad vosotros.

Fue hace unos años. Laura y yo estábamos en nuestra luna de miel. Un día salimos de la ciudad en que residíamos para visitar la iglesia de un pueblecito del sur. La región era hermosa y apacible, y quiso la suerte que encontráramos en venta una casa de campo cerca de la iglesia.

La casa en cuestión era un edificio bajo y alargado cuyas habitaciones sobresalían en ángulos imprevistos. La habían construido sobre los restos de una antigua casa que en otro tiempo se había alzado allí. Distaban unos tres kilómetros y pico del pueblo. Y decidimos comprarla. Yo era pintor en aquel tiempo, y Laura escribía poemas y relatos. Contratamos a una vieja campesina llamada señora Dorman para que se encargase del orden de la casa. Fue un gran descanso para nosotros. Además de ocuparse de los quehaceres domésticos, nos entretenía con historias sobre contrabandistas y salteadores de caminos, y más aún sobre horribles apariciones que podían sorprender a cualquiera en las noches solitarias y estrelladas.

Gozamos de tres meses de felicidad. Luego, una noche de octubre, la señora Dorman anunció de repente que se marcharía al finalizar la semana. Algo la inquietaba.

-Últimamente se comporta de una manera muy extraña- dijo Laura-. ¿La habremos ofendido en algo?
-Después hablaré con ella- contesté-. Vamos a dar un paseo hacia la iglesia. Eso siempre te sienta bien. Nos encantaba visitar la amplia y solitaria iglesia, sobre todo en las noches estrelladas. El camino que conducía a ella cruzaba serpeante el bosque, subía una cuesta y atravesaba dos prados antes de llegar a la tapia del cementerio que la rodeaba.

Dentro, los arcos se perdían en la oscuridad. La luna se filtraba por las hermosas vidrieras. A cada lado del altar había un losa, y encima de cada losa yacía la figura en mármol gris de un caballero armado, con las manos juntas en oración. Estas estaturas, de tamaño natural, eran los objetos más llamativos de la iglesia, y parecían desprender luz propia en contraste, sobre todo, con el roble oscuro de los bancos y las paredes forradas de la iglesia.
Los campesinos habían olvidado los nombres de estos caballeros, aunque decían que habían sido hombres feroces y malvados. Tan abominables eran sus fechorías que el cielo los castigó fulminando su mansión. Mansión que, dicho sea de paso, se había alzado en el solar que ahora ocupaba nuestra casa.

Viendo sus rostros adustos de piedra no costaba creer que fueran ciertas las hazañas que se contaban de ellos. Pero pese a toda su maldad, sus descendientes fueron lo bastante ricos para convencer a la iglesia de que acogiese sus efigies.

Esa noche contemplábamos Laura y yo las estatuas yacentes, descansamos un rato y regresamos. Una vez en casa, presioné a la señora Dorman para que me dijese el verdadero motivo por el que quería dejarnos.

-¿Ha observado en nosotros algo que no le parezca bien, señora Dorman?-pregunté.
-No, señor. Han sido ustedes muy buenos, desde luego.
-Entonces, ¿por qué quiere irse esta semana? ¿Y así, tan de repente?- insistí.
-Pues vera, señor –dijo en un tono bajo, inseguro-: seguramente ha visto en la iglesia las dos imágenes que hay a ambos lados del altar.
-¿Se refiere a las estatuas de caballeros con armaduras?- dije alegremente.
-Me refiero a los dos cuerpos tallados en mármol a tamaño natural- hizo una pausa para aspirar profundamente, y luego prosiguió-: Dicen que en la víspera de Todos los Santos se levantan, bajan de las losas y se pasean por la nave. Y cuando el reloj de la iglesia da las once, cruzan la puerta y salen del cementerio y al camino. Y si la noche es lluviosa, por la mañana se ven las huellas de los pies.
-¿Y adónde van?- pregunte, fascinado por la pintoresca leyenda.
-Vienen aquí; a lo que fue su casa, señor. Y si alguien se encuentra con ellos…
-Bueno, ¿qué le pasa?- pregunté. Pero no hubo manera de sacarle una palabra más..., salvo una advertencia:
-Decida lo que decida, señor, cierre la puerta temprano la víspera de Todos los Santos.

No le conté nada a Laura sobre esta leyenda. Temí preocuparla, aunque la historia no era más que una bobada. Ya se la contaría cuando pasara esa fecha. El jueves, 30 de octubre, la señora Dorman se marchó como había anunciado. Prometió volver a la semana siguiente.

Llegó el viernes, víspera de Todos los Santos. Laura y yo pasamos un día agradable haciendo limpieza y trabajando. Pero cuando el sol empezó a declinar, el estado de ánimo de Laura decayó.
-Estás triste, cariño- dije.
-Triste exactamente, no- contestó ella-. Estoy inquieta. Temblando aunque no tengo frío. Siento como si fuera a pasar algo.

Estábamos sentados delante de la chimenea. Nos quedamos en silencio. Laura se animó un poco, aunque parecía pálida y cansada. Me apetecía fumarme una pipa antes de irme a la cama; pero no quería molestar a Laura con el humo, le dije que saldría a fumar fuera.
-No te entretengas mucho-dijo ella.
-No, cariño- repliqué, y le di un beso en la frente.

Al salir de la casa no cerré la puerta con llave. La noche era absolutamente silenciosa. Más allá de los prados se recortaba contra el cielo el campanario negro y gris de la iglesia. La campana dio las once. No tenía ganas de acostarme todavía, así que decidí dar un paseo hasta la iglesia. Al alejarme de la casa, pude ver, a través de la ventana, a Laura sentada en su butaca, junto al fuego, y dormida ya.

Caminaba despacio, siguiendo el camino del bosque. Oía claramente pisadas en las hojas secas. Me detuve, pero el ruido se detuvo también. - pensé.

Al acercarme a la iglesia vi que la puerta estaba abierta. Dado que los únicos que la habitaban entre semana éramos Laura y yo, me culpé a mí mismo por haberla dejado sin cerrar en nuestra última visita.

Entré. No había recorrido la mitad de la nave cuando recordé con un escalofrío que eran precisamente el día y la hora en que se decía que cobraban vida las dos estatuas de mármol.

Con las manos en los bolsillos, avancé por la nave casi a oscuras. Justo entonces salió la luna, derramando su luz en la iglesia. Me detuve en seco. El corazón me dio tal brinco que casi me ahoga; y a continuación casi caigo desfallecido.

¡Los caballeros de mármol habían desaparecido! Pasé la mano por las losas para comprobar que no eran imaginaciones mías. Estaban suaves y lisas. ¡Las estatuas se habían ido!

El terror se apoderó de mí. ¡Laura! Salí corriendo de la iglesia, mordiéndome el labio para no gritar. Cerca de casa, surgió ante mí una figura oscura. Lleno de presagios, grité.
-¡Fuera de mi camino, vamos!
Al intentar seguir adelante, me cogió los brazos por encima del codo. Era nuestro vecino el doctor Kelly.
-¡Suélteme, estúpido!- exclamé con voz entrecortada- ¡Las efigies de mármol han salido de la iglesia!
-Ha escuchado usted demasiadas consejas- rió el doctor.
-He visto las losas vacías. Temo que le haya pasado algo a mi mujer- supliqué.
-Tonterías- dijo el doctor- . Venga conmigo y le enseñaré las losas. No sea pusilánime.
La actitud sosegada del doctor me devolvió la serenidad. Regresamos a la iglesia y recorrimos la nave. Cerré los ojos, convencido de que las estatuas no iban a estar allí. Oí que el doctor encendía una cerilla.
-Ahí las tiene- dijo alegremente. ¡Y allí estaban! Exhalé un hondo suspiro y le estreché la mano.
-Ha debido engañarme algún efecto de luz- dije avergonzado.
-Sin duda alguna- replicó él. Se había inclinado a mirar la estatua de la derecha, que era la de aspecto más terrible-. Mire- añadió el doctor-. Tiene rota una mano.

Y así era, en efecto. Yo estaba seguro que cuando Laura y yo visitamos la iglesia esa mano se encontraba en perfecto estado. Pero me tranquilizó tanto comprobar que la estatua estaba allí que no me preocupó que tuviera la mano rota.
Era tarde. Invité al doctor Kelly a casa. Cuando nos acercábamos, vimos que salía luz por la puerta abierta. ¿Habría salido Laura?

Miramos en el cuarto de estar. Al principio no la vimos, Su butaca estaba vacía, y su libro y su pañuelo estaban en el suelo.

La encontramos en el asiento de la ventana, reclinada sobre una mesa. Tenía la cabeza apoyada en la mesa, y su cabello castaño colgaba hacia la alfombra. Sus labios estaban contraídos, y tenía los ojos extremadamente abiertos. ¿Qué era lo último que habían visto?
-¡Ya estoy aquí, Laura! ¡No tengas miedo!- exclamé.

Se derrumbó exánime en mis brazos. Tenía las manos fuertemente apretadas. En una de ellas sujetaba algo. Cuando tuve la total seguridad de que estaba muerta, dejé que el doctor le abriese la mano para ver qué sujetaba.
Era un dedo de mármol gris.

Biografía de Edith Nesbit

    Edith Nesbit (Londres, 15 de agosto de 1958 – 4 de mayo de 1924) fue una escritora y poeta inglesa. Escribió terror, romance, poesía, propaganda socialista, obras de teatro y reseñas.

    En 1880 se casó con Hubert Bland, activista radical con quien fundaría la Sociedad Fabiana, un grupo de filiación socialista y reformista en el cual compartió amistad con el dramaturgo George Bernard Shaw.

   Llevaba una vida bohemia y andaba en un aparato novedoso para la época: la bicicleta. Recibía jóvenes admiradores en su casa, se vestía sin corsé, con ropas supuestamente para hombres, se cortó el pelo corto, y fue una de las primeras mujeres que fumó en público.  

    Se la conoce por sus libros para niños llenos de humor y con un estilo innovador que, en ocasiones, desarrolla las aventuras de los protagonistas en una realidad ordinaria con elementos mágicos.

    La literatura de Edith Nesbit también fue una fuente de inspiración para otros escritores infantiles como C. S. Lewis, autor de "Las Crónicas de Narnia".

    En su literatura infantil y juvenil abundan la ironía y sutilezas demasiado complejas para que las entienda un chico porque  Nesbit nunca subestimó a sus lectores. Ella misma explicó su método en una carta a su amiga Berta Ruck:

    "Es una cuestión de honor para mí nunca subestimar a los chicos. Algunas veces, a propósito, pongo una palabra que sé que no van a entender para que le pregunten a un adulto el significado y, de paso, aprendan algo". 

   De sus más de sesenta obras, encontramos las siguientes traducidas al español: "Los buscadores de tesoros", "Historias de dragones", "Cinco chicos y eso", "Los chicos del ferrocarril", "El castillo encantado" entre otros.

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